Un 23% de las emisiones mundiales de CO2 –uno de los gases responsables del calentamiento del planeta y la crisis climática- es producido por los coches. Este dato publicado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático se refiere a 2014, por lo que podemos suponer que a día de hoy esa cifra es un poco más alta. Sobre todo si atendemos a que entre 2010 y 2015 esas emisiones crecieron un 2,5%.
Por eso los coches eléctricos se han perfilado en los últimos años como la opción de vehículo particular para un futuro no muy lejano. Según la Agencia Internacional de Energía en 2035 habrá 125 millones de coches eléctricos. Lo que supondría pasar de las 1,3 millones de toneladas de CO2 anuales producidas por el transporte a 70.000 toneladas en 10 años.
La apuesta por el coche eléctrico viene apoyada por los gobiernos con la intención de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. En concreto, con el que busca crear ciudades y comunidades sostenibles (objetivo 11) y promover el uso de energía sostenible y no contaminante (objetivo 7). Pero, ¿es realmente la solución ideal para la movilidad del futuro?
Los costes ambientales de producir y reciclar los componentes de los coches eléctricos son demasiado altos –económica y ecológicamente- para permitir que todas las personas que habitualmente se desplazan en coche puedan hacerlo en uno eléctrico. Antes de asegurar que hemos encontrado el transporte del futuro deberíamos examinar qué implicaciones tiene.
Los modelos más recientes de coches, sean eléctricos o no, se fabrican principalmente con aluminio, magnesio y cobre. Los coches eléctricos, además, requieren otras minerales adicionales: como el litio o el cobalto, y tierras raras como el disprosio, el neodimio, el praseodimio.
El problema de estos materiales es su escasez y explotación. En Europa no hay reservas de ninguno; China tiene de cobalto, cobre y tierras raras; Canadá tiene de níquel y cobalto; Australia de litio; República Democrática del Congo de litio…
Para hacernos una idea la demanda esperada de litio para las baterías de los coches eléctricos para 2030 será de 130.000 toneladas anuales. Esto supone un serio riesgo medioambiental para la biodiversidad de las zonas de extracción.
Un reciente estudio de la revista Nature sobre proyectos de minería y conservación de la naturaleza indica que el 14% de zonas teóricamente protegidas tiene en su interior o frontera minas de metal.
Además de los problemas medioambientales que acompañan a estos proyectos (como deforestación, contaminación de las aguas, destrucción de ecosistemas…) debemos añadir los riesgos para la salud de los trabajadores y comunidades locales. Este mismo año Amnistía Internacional alertaba de los daños a la salud que está provocando la extracción de cobalto en República Democrática del Congo. Las personas que trabajan en las minas no cuentan siquiera con materiales de protección mientras se exponen al polvo del cobalto, mientras en el pueblo beben de arroyos contaminados por el mismo.
Según el economista Joan Martínez Allier, a día de hoy sólo somos capaces de reciclar un 6% de los materiales que extraemos de la Tierra. Por eso es fundamental que, cuando pensemos en la tecnología del futuro, lo hagamos teniendo claro qué vamos a hacer con los materiales cuando termine su vida.
En este sentido, el principal problema que plantean los coches eléctricos son sus baterías. Su vida útil es muy limitada ya que se van gastando a medida que pasa el tiempo y, como ya hemos visto, no es posible extraer infinitas cantidades de materia prima.
El problema del reciclaje de las baterías eléctricas se da, por un lado, porque cada fabricante tiene un diseño distinto para las piezas que lo componen haciendo imposible que puedan reutilizarse en otros vehículos. Por otra parte, algunos componentes no son reciclables y si altamente tóxicos, por lo que su único final posible es el almacenamiento en cementerios de desechos tóxicos.
Aunque ahora mismo es preferible elegir un coche eléctrico por encima de uno que utilice combustibles fósiles, no podemos mitificar el eléctrico como el transporte del futuro.
Como hemos visto sigue implicando una enorme ecodependencia, la depredación de recursos naturales y amenazas para la salud y la naturaleza. Si queremos un futuro debemos pensar soluciones en global, no aquellas que satisfagan deseos individuales a base de añadir más presión a los recursos naturales.
El transporte del futuro debe ser limpio, basado en energías renovables y con una producción circular, es decir, que permite que el reciclaje de sus piezas tenga una nueva vida útil. Para que esto sea posible sin agotar los recursos planetarios debemos apostar por el transporte colectivo; porque haya un autobús, un tren o un barco que nos permita llegar a donde queremos y necesitamos.
Y, por supuesto, este transporte del futuro debe ser público. Porque debe ser accesible y garantizar que todo el mundo puedo hacer uso del mismo para ser útil. Y porque una estructura así sólo puede llevarse a cabo de forma planificada, dotando a las poblaciones de infraestructuras básicas, como escuelas y hospitales, a las que lleguen estos transportes.
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