Hoy es el Día de la Capa de Ozono, en el que celebramos la firma del Protocolo de Montreal hace 35 años por el que distintos países se comprometieron a proteger la capa de ozono.
La capa de ozono se encuentra en la atmósfera, a una altura de entre 15 km y 50 km. La concentración de esta sustancia en esta capa filtra la radiación ultravioleta que llega a la Tierra desde el Sol. Sin esta protección la radiación sobre el planeta aumentaría, provocando tumores, cáncer y ceguera en los seres vivos.
En el siglo XX la industria comenzó a emitir gases con altos contenidos en cloro, bromo, yodo y flúor, así como a promover la comercialización de productos como sprays, refrigeradores y aerosoles que deterioraron la capa de ozono hasta agujerearla.
Este agujero, además de permitir la entrada de más radiación, tiene una influencia directa en los patrones de corrientes de viento. Este cambio en los vientos conlleva la alteración de los ciclos de lluvias, derivando en la intensificación de inundaciones y sequías, que provocan a su vez corrimientos de tierras, deforestación, destrucción de la biodiversidad…
A finales de la década de los ’70 la comunidad científica dio la alarma: la capa de ozono tenía un agujero. Algunos compuestos químicos muy populares en la industria –los halocarboros– estaban agotando el ozono en la atmósfera y poniendo en riesgo la vida en el planeta.
Así, en 1985 durante la Convención de Viena se firmó el Protocolo de Montreal, por el que los gobiernos, la industria y la comunidad científica se comprometieron a trabajar juntos para acabar con estas perjudiciales sustancias. El protocolo promovió el control y reemplazo con un calendario para su eliminación gradual, excepto para aquellos productos imprescindibles –para tratar el asma o apagar incendios- que no pudieran ser renovados por otros.
En 2019 se quiso respaldar el trabajo conseguido con el Protocolo de Montreal aprobando la Enmienda Kigali, que busca reforzar este trabajo y seguir reduciendo los hidrofluorocarburos para evitar los daños a la atmósfera y paliar los daños de la crisis climática.
Pero lo cierto es que, aunque hayan pasado 35 años desde que se comenzara a poner remedio a esta amenaza, no será hasta aproximadamente 2060 cuando estas sustancias desaparezcan por completo de la atmósfera.
Los avances en la lucha para restaurar la capa de ozono están dando sus frutos. En 2008 un informe de la ONU mostró los primeros síntomas de recuperación y, aunque sigue estando afectada, el agujero se ha reducido en todo el mundo excepto en el Antártida.
No obstante, incluso la Antártida -que tiene más particularidades climáticas- está mejorando. Según un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT) de Boston las mediciones tomadas desde finales de los ’90 muestran una leve recuperación.
De esta forma se corrobora que las medidas implantadas tras la aprobación del Protocolo de Montreal están dando resultado. Una demostración clara y empírica de que los seres humanos somos capaces de anteponer el bienestar y la salud del planeta a la industria y al mercado.
Sin perder de vista estas nuevas noticias sobre la capa de ozono y celebrando la capacidad de la humanidad para tomarse en serio el medioambiente, no podemos perder de vista todo lo que queda por hacer.
Aunque se hayan prohibido muchas sustancias dañinas para la capa de ozono aún quedan algunas permitidas, como el triolorfluorometano -usado como desengrasante, limpiador o refrigerante- que, según un estudio de la revista Nature, implica un 25% del ozono que sigue llegando a la estratosfera.
Del caso de la capa de ozono debemos quedarnos con la parte positiva, en la que la lucha conjunta por el planeta ha dado sus frutos y demuestra que aún queda esperanza para trabajar por el planeta, pero debemos hacerlo unidas y priorizando estas metas a los beneficios del mercado.
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