A día de hoy en Castilla y León existen más de 600 macrogranjas -porcinas y avícolas-, y hay casi otra centena en trámites de apertura. La industria cárnica, en plena expansión, no sólo opera en esta comunidad autónoma también lo hace en Aragón, Galicia, Cataluña, Andalucía, Murcia, Valencia y Castilla-La Mancha. La producción porcina española no solo es completamente capaz de autoabastecer al país, sino que exporta un 74% adicional a otros países como China o Francia.
Y aunque en términos macroeconómicos puede parecer un buen negocio, en términos de salud, población y reparto de beneficios no es nada rentable. Las macrogranjas no sólo son perjudiciales para el medioambiente y los animales, también están dificultando aún más la supervivencia en los pueblos de la España vaciada.
Uno de los argumentos que emplean las empresas de ganadería industrial para que se acepten sus proyectos es la creación de empleo y la ayuda que esto supone para localidades que se enfrentan al problema de la despoblación. Sin embargo, este tipo de ganadería hace que la competencia económica sea imposible, acabando con las explotaciones más pequeñas pertenecientes a vecinos y vecinas y, por tanto, con la única fuente de empleo de muchas zonas.
Además, la contaminación que producen estas macrogranjas hace que el entorno quede tan perjudicado que cualquier otra actividad de ganadería o agricultura estaría afectada. La contaminación provocada por los purines (sustancias provenientes de las heces y orines de los animales) afecta tanto a la degradación de los suelos como a los acuíferos, ríos, lagos y estanques; con lo que no sólo implica daños en las actividades económicas, también en la salud de las personas.
Los purines no son el único riesgo para la salud humana que se deriva de las macrogranjas. En España el 84% de los antibióticos se destinan a la ganadería industrial para que esta sea más rentable y los animales puedan sobrevivir a sus condiciones de hacinamiento. Este uso de antibióticos generalizado –provocado por el consumo de carne o agua contaminada por las macrogranjas- está favoreciendo la aparición de bacterias resistentes que según la OMS se convertirán en un problema de salud vital en tres décadas.
Porque las condiciones en las que viven los animales en las macrogranjas distan mucho de ser las ideales. Toda una vida encerrados, sin apenas espacio para moverse, sin suficiente luz y sin poder desarrollar los comportamientos normales que tendrían al aire libre. Aunque la legislación en Europa ha avanzado bastante en los últimos años, aún queda mucho por lograr.
Pero no hemos acabado. Como íbamos diciendo, además de deteriorar la tierra y el agua, la ganadería industrial también contamina el aire. En 2018 España volvió a superar el límite impuesto por la Unión Europea para las emisiones tóxicas de amoniaco, con un 33% (121.000 toneladas) más de lo permitido. Y resulta que 72.000 de estas toneladas provienen del estiércol generado por la industria porcina nacional. Las partículas contaminantes en suspensión afectan especialmente a las poblaciones cercanas a las macrogranjas, pero a través de la lluvia pueden esparcirse a cientos de kilómetros.
Tampoco podemos dejar de lado los datos de consumo de recursos que implican las macrogranjas. Observando el caso Priego (Cuenca) nos encontramos con que las dos macrogranjas consumirían 43 millones de litros de agua anualmente, o lo que es lo mismo, la misma cantidad que consumen todos los habitantes del municipio en ese mismo tiempo. Si miramos por parte del pienso encontramos que España importa casi 6 millones de soja anuales destinados a la alimentación de ganado. Detrás de esta importación se encuentra la deforestación de bosques y selvas –como la amazónica- para plantar suficiente soja para suplir la demanda.
La contaminación del medioambiente, el deterioro de los recursos naturales y la desaparición de la pequeña ganadería y agricultura local acaban afectando también a la biodiversidad del entorno. Al acabar con la riqueza de los ecosistemas termina también el sistema de relaciones de los mismos y favorece la aparición de enfermedades zoonóticas, es decir, aquellas que pasan de los animales a los humanos.
Si has llegado hasta aquí, habrás visto que hay suficientes razones para poner freno a la expansión de este modelo de ganadería industrial. Por este motivo, ganaderos y ganaderas, colectivos vecinales y asociaciones ecologistas se han organizado en torno a plataformas contra la ganadería industrial para frenar estos proyectos y luchar por un medio rural que proteja el entorno, la ganadería extensiva y los empleos de calidad que se generan de la misma.
Si quieres apoyar su lucha puedes consultar sus actividades y conocer en detalle su trabajo en la web de Stop Ganadería Industrial y en sus perfiles de redes sociales.
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