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¿Qué turismo para qué planeta?

23 septiembre 2020

Este año, la aparición del Covid-19, ha puesto de manifiesto la dependencia económica que el sector turístico supone para España. No es nada nuevo: el sector comprende el 14,9% del PIB del país y las leyes se aprueban dejando siempre vías de oxigeno especiales para sus empresas.

Tampoco es algo exclusivamente español, en el mundo el turismo supone un 10,4% de la actividad económica global. Y, por supuesto, una industria así también contamina y destruye. Mucho.

Según la propia Organización Mundial del Turismo un 5% de las emisiones de gases de efecto invernadero globales son producto de esta actividad. Pero si consultamos investigaciones independientes, como la revista Nature, esta cifra ascendería hasta un 8%.

Precisamente este es uno de los problemas que nos encontramos al hablar del impacto ambiental del sector turístico. Demasiados intereses económicos y la ausencia de una legislación homogénea hacen que tener datos reales para evaluar la situación sea un trabajo difícil. Las empresas no están obligadas a aportar datos, los gobiernos no siempre son transparentes con las cifras y, finalmente, las investigaciones acaban dependiendo de la buena voluntad de los agentes implicados.

Los problemas medioambientales del turismo

Partiendo de esta base podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que los problemas medioambientales fruto del turismo que conocemos ahora son solo la punta de un iceberg más grande, peligroso y oculto. 

Vamos a hacer un breve repaso a algunos de los ámbitos más afectados por el actual modelo turístico. Porque, aunque las emisiones presentan un dato alarmante, todavía hay más.

Vuelos baratos y contaminación

Entre el 60% y el 94% de las emisiones del sector turístico se deben al transporte según la Organización Mundial del Turismo. La alta competitividad entre empresas, apoyada por financiaciones gubernamentales, ha conllevado la aparición de los vuelos low cost.

De esta manera, un trayecto que antaño se hubiera realizado en tren (14 gramos de CO2 por persona/kilómetro) o autobús (68 gramos de CO2 por persona/kilómetro) ahora puede hacerse en avión (285 gramos de CO2 por persona/kilómetro) a un precio muy bajo. En Europa la respuesta ecologista ha sido el movimiento Flygskam (‘vergüenza de volar’) que denuncia el hiperconsumo de vuelos baratos y anima a la población a usar medios terrestres colectivos en sus desplazamientos.

Falta de agua y estrés hídrico

El turismo es responsable del consumo del 1% del agua mundial. Para hacernos a la idea, una persona residente en España consume una media de 127 litros al día, mientras que un turista consume entre 450 y 800 litros en ese tiempo.

¿Por qué este incremento? Piscinas, atracciones de agua, duchas, cocinas, refrigeración, spas, limpieza… Actividades que aumentan el estrés hídrico en zonas donde los recursos son escasos -como islas y playas-, y deben hacer esfuerzos adicionales de extracción y depuración, en el mejor de los casos.

Esto conlleva en la mayoría de los casos la explotación y destrucción de acuíferos, que tardan años en regenerarse y afectan también a los suelos.

Mala gestión de los residuos turísticos

De media un turista produce 1 kilo de residuos al día. Esto puede no parecer mucho si pensamos en la gestión de residuos de las grandes ciudades, pero no ocurre lo mismo en localidades pequeñas o en vías de desarrollo.

La mala gestión de residuos afecta principalmente a la salud y la seguridad alimentaria de la población y la fauna local. La falta de instalaciones de separación y reciclaje hace que en muchos casos la basura se queme al aire libre o se abandone en medio de la naturaleza.

No hay que irse muy lejos para ver ejemplos: según el Ministerio para la Transición Ecológica el turismo es responsable del 26% de la basura que acaba en el mar en el litoral español.

Construcción turística, destrucción de la naturaleza

La construcción de hoteles en la costa o “en plena naturaleza”, las carreteras que llevan hasta los mismos, los restaurantes a pie de playa… sobra decir el impacto que tienen sobre la biodiversidad y el suelo estas grandes construcciones.

Un ejemplo son las costas españolas, castigadas durante años por la construcción de complejos hoteleros, restaurantes, discotecas y atracciones turísticas.

Tal ha sido –y es- la permisividad del gobierno que la última modificación de la Ley de Costas de 2013 mantiene en pie más de 1.000 hoteles, 3.000 chiringuitos y 1.700 negocios turísticos a pie de playa. Mientras la estrategia del gobierno para luchar contra el cambio climático advierte del peligro que la erosión de la tierra, el aumento del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos tendrán para estos edificios.

Turismo precario y poblaciones fantasma

Si los gobiernos no son estrictos y miran hacia otro lado ante los problemas medioambientales generados por el turismo es por el empleo. En España un 13% de las personas empleadas trabajan en el sector turístico.

¿Pero de qué tipo de empleo hablamos? La mayoría es trabajo estacional, en muchas ocasiones sumergido, con una infinidad de horas extra sin pagar –o pagadas en negro-, siempre pendiente de un hilo. Un trabajo precario que ocupa a las poblaciones locales que acaban viviendo en ciudades similares a parques temáticos para turistas.

Porque si atraes turistas no vas a plantar una industria que estropee el paisaje y la inversión pública irá a poner bonito el paseo marítimo y no a escuelas, hospitales o transporte público. Así se cierra el círculo vicioso entre las empresas y los gobiernos para mantener la industria del turismo.

Salvar al turismo o salvar el planeta

La falta de responsabilidad ambiental de empresas y gobiernos ha provocado situaciones irreparables en todo el mundo. Para intentar poner remedio a esta tendencia, la Organización Mundial del Turismo ha creado un Código Ético Mundial para el Turismo que promueve el cumplimiento de objetivos medioambientales y sociales de la Agenda 2030.

Pero parece evidente que la solución no es poner parches a los daños que genera la industria al planeta, sino repensar el modelo de turismo que existe y cambiarlo de base.

Cómo disfrutar de un turismo sostenible

Si nuestro objetivo cuando viajamos es disfrutar del destino, es contradictorio que nuestro paso por allí implique su destrucción.

Individualmente podemos planificar unas vacaciones sostenibles, o cambiar algunos de nuestros hábitos más contaminantes cuando viajamos e incluso participar en actividades de mantenimiento y recuperación medioambiental en el destino, como la limpieza de playas.

En los últimos años también se han creado plataformas de compensación de carbono. En ellas, quienes viajan en avión, pueden compensar su huella de carbono invirtiendo dinero en proyectos medioambientales. Pero las aerolíneas no tienen obligación –ni las ganas- de indicar cuál es la huella de cada trayecto, así que el porcentaje de personas que usan estas herramientas es muy bajo.

Más allá de ser conscientes, responsables de nuestro impacto y elegir las opciones más sostenibles con el entorno y la sociedad, el resto no está en nuestras manos.

¿Qué turismo queremos para qué planeta?

Al final tenemos que plantearnos una cruda y sincera pregunta: ¿queremos realmente un turismo que está acabando con nuestro planeta y no deja de expandirse depredándolo?

No es más ecologista quien más compensa su contaminación, sino quien menos la produce. Podemos poner miles de parches al impacto que nuestra actividad tiene en el planeta, pero cuanto más se expanda la industria menos útiles serán estos.

Mientras los gobiernos, empresas y organismos internacionales proponen medidas voluntarias la naturaleza pierde recursos que tardarán años en regenerarse. Aunque el cambio en la industria turística empiece desde cada persona individual revisando sus hábitos y reivindicando prácticas más sostenibles al mercado, sin un cambio en los poderes políticos y económicos estaremos ante el mismo problema hasta que no tenga solución posible.

Tags: industria

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